Manual de instrucciones para llegar a Marte o de cómo prescindir de Elon Musk

Manual de instrucciones para llegar a Marte o de cómo prescindir de Elon Musk
9 febrero 2018 admin

“–Es bueno renovar nuestra capacidad de asombro –dijo el filósofo–. Los viajes interplanetarios nos han devuelto a la infancia”.

Ray Bradbury

La primera vez que estuve en la geografía marciana fue hace un decenio, leía “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury. Llegué un verano en un cohete que partió desde Ohio en la superficie terrestre.  Cuando descendí de la nave espacial las colinas azules del planeta resplandecían y el mar estaba secándose para convertirse en un arenal como en aquel cuento de Mario Levrero donde una pequeña niña avisa a sus padres que nohaymar. Al caer el ocaso amarillo y antes de que la noche se cerrara sobre mi cabeza experimenté el silencio y la soledad como nunca antes, se apoderaron de mi carne y me calaron hasta los huesos, sentí que era el único habitante de aquel lugar. El cuarto planeta era un hermoso páramo, tan quieto y extraño como indómito.  Todo estaba enrarecido; el suelo, el aire, el agua y el tiempo, sobre todo el tiempo; estaba torcido, sus engranajes funcionaban de una manera distinta, se sentía mucho más denso, más pesado, le costaba mucho moverse, se arrastraba para avanzar.  Esa noche no había estrellas en la bóveda pero las dos lunas resplandecían blancas, inundando de luz macilenta todo el paraje. Caminé sin un rumbo específico por el terreno agreste, la temperatura descendía con cada paso que daba, una bruma brillante se apoderó de todo, se tornó difícil respirar; había un polvo muy fino en el aire que resecaba la garganta. La bruma me impedía mirar hacia dónde me dirigía, tropecé con unas estructuras de altas cúpulas, construidas de silicio o de vidrio pulido. Era una especie de ciudad en ruinas, parecía haber sido abandonada hace siglos.  Avancé entre las ruinas por una vereda de piedras verduscas, la sombra de un enorme pájaro nocturno que sobrevolaba el lugar se posó sobre mí. Todo estaba sumergido en una profunda calma, tanto que podía escuchar los latidos de mi corazón.  Entre toda esa quietud un ruido me sobresaltó, escuché como si un cristal se hiciera pedazos. Seguí la fuente del ruido hasta el interior de uno de los edificios,  me adentré en la estructura iluminada a medias por la luz de las lunas hasta que encontré una estancia llena de escombros. Miré en derredor y no hallé nada, el silencio había regresado.  Detrás de una de las pilas de escombros había dos destellos dorados, me acerqué pensando que provenían de alguna clase de metal que rutilaba con la luz.  Al estar frente a los destellos mis manos comenzaron a temblar sin control, descubrí que eran unos ojos de oro fundido que me miraban como si miraran al fondo de un pozo. La criatura se agazapaba entre las ruinas, se escondía de mí. Al sentirse observada se puso al descubierto, era un ser menudo, de la misma estatura que yo y en lugar de piel poseía una tenue y fosforescente membrana como la de un de pez gelatinoso que permitía mirar su interior poblado de una especie de brillos que  volaban como luciérnagas. Me paralicé, algo en mí se detuvo, un sudor frío me recorrió el rostro, sin pensarlo y mirando al nativo fijamente pregunté: ¿Quién eres? El ser respondió impasible: Yo, soy tú.  

Al terminar de leer el libro de Bradbury me encontré frente a otra pregunta: ¿Por qué tuve que ir a Marte para encontrarme? La literatura y en general las artes proponen la exploración de lo desconocido, un viaje ontológico hacia el descubrimiento del ser íntimo y fundamental. Esa necesidad de descubrimiento  es la misma que anima al pensamiento científico a buscar esa revelación ontológica pero desde una perspectiva extrovertida. La ciencia y el arte tienen un objetivo en común, buscan explorar los límites de lo posible y lo real.  Estás dos perspectivas, la introvertida y la extrovertida se encuentran de muchas formas en la ciencia ficción.  Quedan pocos lugares ignotos en la realidad material y en la realidad interior, uno de ellos es el cosmos y sus astros.  La exploración espacial es también a mi parecer una exploración interior, una se alimenta de  la otra y viceversa.  El nuevo horizonte de la humanidad es el planeta rojo y la intención es llegar lo antes posible, en treinta, cuarenta o cincuenta años. Marte no sólo es un cuerpo celeste, también es un misterio interior. El desarrollo tecnológico e instrumental para arribar a su superficie emanará no sólo de la física y la ingeniería, sino también de las narraciones que ya nos han llevado ahí de formas inmateriales pero no ausentes de significado y de sustancia.  A los vehículos de las agencias espaciales como Space X los impulsan la imaginación y el ingenio más que cualquier otra clase de combustible.  Vamos a Marte no sólo porque es el cuerpo celeste más cercano a la Tierra después de la Luna. Vamos para descubrir como especie quiénes somos, cuáles son nuestros alcances y en dónde están nuestros límites, vamos a Marte para revelar un misterio. Vamos porque ya estuvimos ahí.

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Raúl Motta, escritor, editor y guionista cinematográfico. Fundador de la Escuela  de Escritores. Su obra ha sido publicada en Argentina y México. Imparte y coordina cursos y talleres en diversos centros culturales y universidades.